CREDO


Ya me voy. Cogeré mi maleta con cuatro cosas.
Las imprescindibles.
El resto lo llevo puesto.
Puesto entre la piel y la memoria.
Y aún después de esta marcha os digo
que sigo creyendo en ese dios propio
que aún me sostiene en pie.
Y este credo que registro con mis llantos
cuando me descompongo a mi misma,
es un credo universal que sirve para cualquiera,
blanco o negro. Creyente o ateo..
Un credo con fervor forjado desde un alarido,
del grito de auxilio que profiero desde el alma.
Cuanto he visto, cuanto siento,
todo clama una justicia que aún no interpreto.
Y mi llanto no puede limpiar
lo que está mal hecho.
Camino sola, por delante el sendero.
Mi pensamiento de compañero.
Mi vida y lo aprendido como el mapa
de un tesoro inexistente.
Y mi rezo que implora paciencia
y conocimiento.
Mi templanza,
la que requiero para no desfallecer.
Cansada de todo, aturdida,
cegada y hastiada de los egos,
rebusco en mi interior
pequeñas porciones de amor,
migajas de pan en un bolsillo perforado,
semillas que lanzadas a la tierra
no germinan.
Camino, y la senda nunca termina.
No mires atrás, me dijo un amigo,
no llores, no vayas a convertirte en sal.
Y con esta creencia, que debo conservar,
que alimento con mis senos secos,
ando siempre adelante,
con mi valija vacía de vanidades,
esperando llenarla mientras camino
con deseos.
Y rezo, rezo a un dios propio,
al que no puedo hacer ofrenda,
más allá de mis adentros,
y rezo, rezo
Oh Señor! te imploro la bondad
y el atino necesario
para creer en ti y en mis hermanos,
creo firmemente en el juramento
de perpetuar la vida que nos has prestado,
creo en ganarme el pan necesario cada día,
creo en la enseñanza que legaré a mis hijos,
creo en la luz del sol, que debo proteger a toda costa,
y en la oscuridad,
sin la cual no habría el descanso,
creo en las aguas, y en las cumbres
que perforan tus cielos,
creo en el beso y el abrazo,
en la protección del débil,
creo en la humildad que nos eleva
al podium de la verdad,
y sobre todas las cosas,
en no sentirme superior al menor de los dioses
que nos guardan.


Marga Escuder Gea

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